Por Marco Tulio Soto
"Los
perros amaestrados comenzaron a sentir nuestro rastro, ayudados por el olor de
dos gorras que habíamos dejado botadas. Nos dimos cuenta y tomamos medidas".
Los
compañeros nos indicaron que para evitar que les cogiera la noche los mandaron
a darnos alcance con nuestras raciones de comida que consistían en dos
tortillas con un chicharrón para cada una, pero ellos habían salido tan deprisa
que olvidaron su ración, entonces nos solicitaban un “préstamo”: una tortilla
con su respectivo chicharrón y cuando llegara el resto de la columna y les
llevaran su ración, ellos pagarían la deuda.
Nosotros,
otro compañero y yo, haciendo gala de espíritu de solidaridad y camaradería,
aceptamos la solicitud, hicimos la transferencia y proporcionamos el préstamo.
Los
compañeros que hicieron la solicitud eran Amado, un chofer de camionetas urbanas y el otro, un maestro y
estudiante universitario. Comimos muy contentos nuestra magra ración, aunque en
ese momento ese tipo de comida constituía un verdadero lujo.
Al
día siguiente llegó el resto de la columna, nosotros comenzamos a buscar a
Amado y al maestro, los susodichos no aparecieron por ningún lado. Al rato de
buscarlos y buscarlos comprendimos con meridiana claridad, que habíamos
cometido un grave error al proporcionar un préstamo a deudores sin voluntad de
pago.
De
todas maneras comenzamos a indagar sobre la conducta de estos deudores y
averiguamos lo siguiente: Amado: en muchas ocasiones había hablado o contado a
los compañeros sobre el “moco” (reventa que hacen los choferes de los tikets de
los buses) que él había hecho algunas veces cuando trabajaba en la vida civil.
El
maestro: cuando fue sanitario de la columna, en una ocasión de crisis por
hambre, se había tomado todos los jarabes para la tos por el azúcar que éstos
contenían.
Esto
y algunos otros elementos nos terminaron de dar la certeza de que estos
deudores no eran austeros, no suspendían sus importaciones, no eran
responsables y nos habían visto cara de FMI.
No
quisieron comprender que el ingreso per cápita en la guerrilla era
absolutamente igual, tan igual que a veces es injusto porque las necesidades
físicas la mayor de las veces son relativas al tamaño corporal, sin embargo,
aquí se reparte igual sin ver color ni tamaño.
Todos,
absolutamente todos, teníamos las mismas necesidades o necesidad de crédito, el
problema era a quién solicitarle el préstamo era exactamente igual sin
contemplar ni color ni tamaño. Nuestro producto interno bruto brillaba por su
ausencia, no teníamos ningún stok de materias primas ni excedentes de
producción. Entonces, porqué aplicarnos
la demora en el pago de la deuda y más aún, la cancelación unilateral de la
misma.
Por
lo penoso del trabajo de los choferes, yo tuve siempre algunos prejuicios
contra algunos de ellos; pero y los maestros…
Nosotros
en una actitud absolutamente desinteresada, pues no perseguíamos ni su café, ni
su cacao, su té o su copra, hicimos una transferencia de recursos a sabiendas y
estando absolutamente conscientes que nuestra balanza comercial era
desfavorable. Nosotros no constituíamos
el mundo industrializado, para que ellos se constituyeran en el mundo
subdesarrollado. Nosotros no les plantamos un intercambio desigual, ya que
estábamos exactamente en su misma situación. Aceptamos hacer el préstamo sin
condiciones, ni duro, ni blando, porque no éramos ninguna corporación
financiera o Estado aplicando el dumping, como aplicarlo sin reservas de
materias primas. No, nosotros no teníamos excedentes, prestamos lo nuestro, lo
mínimo propio.
No
creamos condiciones para provocar un grado de dependencia que constituyera una
extorsión; por el contrario, nosotros éramos partidarios de principios de
colaboración y comercio justo. De un
nuevo orden económico internacional. Pero no, nos juzgaron mal, pensaban que
éramos partidarios de la reducción de importaciones que pensábamos en luchar
contra una prórroga de la deuda, cosa que no nos dio tiempo de hacer. Es
posible que creyeran que exigiríamos intereses y utilidades de la deuda, que
estaríamos exigiendo su amortización. Pensaban quizás que el problema no consistiría
en la deuda como tal, sino en los intereses que se pagarían por ella.
Qué
mal nos juzgaron, pero sobre todo… que mal nos pagaron.
El
problema no era económico sino político y moral. Nosotros no podíamos
condonarles la deuda, porque no cobrábamos intereses, nosotros no podíamos
absorber la deuda evitando gastos militares, pues en este caso no hubiera sido
justo, por eso es que las verdades no siempre son absolutas; pues nosotros no
pasábamos de carabinas M-1 y el alcance máximo de sus balas era de 2 mil metros
y no llegaban hasta las galaxias.
De
San Antonio el Baldío seguimos un camino que nos llevó al río Santa María
Copón, ahí había una finca del mismo nombre. Reunimos a sus habitantes y se
hizo un pequeño mitin político. A mí me tocó nuevamente estar emboscado en el
paso del río. Había un canoguero o lanchero que se encargaba de pasar a la
gente de un lado al otro, sólo le sonaban un tronco y él asomaba la cabeza para
ver, por señas o a gritos le solicitaban los pasara.
Ese
día nosotros sólo permitimos que pasaran hacia donde estábamos no así al revés
y lo hacíamos por seguridad.
Seguimos
tomando unos pequeños caseríos algunos en las márgenes del río Xalbal. Buscamos
a los supuestos colaboradores que ya existían o algún indicio de presencia de
los compañeros que buscábamos. Así llegamos hasta una finca llamada Santiago
Ixcán. Esta finca estaba situada en una
especie de isla que formaba el río Negro.
Para llegar ahí debíamos pasar por un puente de hamaca que se balanceaba
violentamente a cada paso que uno daba; consistía en dos alambre de los que se
usan en los cercos con tabla amarrados separadas entre sí, como el largo de un
paso. Arriba había otros dos alambres de lo mismo, para irse agarrando mientras
uno avanzaba. Y allá abajo el río Negro sucio y con sus grandes correntadas. Lo
peor del caso es que aunque no se quiera ver hacia abajo, siempre se ve por la
separación de las tablas. Algunos nos
atarantamos cuando nos tocó pasar y nos costó llegar hasta el otro lado.
Esta
era una finca cafetalera propiedad de un esbirro militar apodado “El Tigre de
Ixcán”. El café lo sacaban en avioneta, pues no existía ningún otro medio para
hacerlo, esos lugares carecían en absoluto de carreteras y otras vías de
comunicación.
Allí
también reunimos a los trabajadores e hicimos un pequeño mitin. Al rato un
hombre cortó a machetazos los alambres que sostenían el puente de hamaca, lo
que nos hizo suponer una trampa enemiga. Nos abastecimos y obligamos al capataz
de la finca que nos llevara al paso del río que utilizaban cuando el puente se
les arruinaba. Pensamos que en ese paso estaría emboscado el ejército. El paso
era otro puente de hamaca sólo que más deteriorado. Enviamos junto al capataz, una pequeña
vanguardia que exploró del otro lado y determinó que no había emboscada,
entonces pasamos el resto. Avanzamos un
poco y nos quedamos a dormir en una pequeña elevación. Otro día temprano la
aviación bombardeó y ametralló todo el área, asimismo se comenzó a escuchar el
ruido de los helicópteros llevando y trayendo tropa. El susto que nos produjo
el bombardeo y ametrallamiento fue tremendo pues para muchos constituía nuestro
bautizo de fuego aéreo.
Seguimos
deambulando en la zona, buscando indicios de los contactos que buscábamos pero
nada.
Un
día encontramos una troja llena de maíz y con hojas de trabajo ya secas, se
planteó abastecernos y dejarle el dinero al dueño ahí en la troja, pero no se
aceptó, sino se nos mandó a buscar al dueño y comprarle directamente el maíz.
Siguiendo
el camino que llegaba hasta la troja salimos a un caserío donde nos extrañó que
solo hubiera mujeres. Por fin creímos entenderle a una de las mujeres, que el
ejército tenía reunidos a los hombres en la casa del alcalde auxiliar, pero
esta casa quedaba algo distante, por lo que avanzamos hacia un arroyo que
estaba como a 300 metros y donde vivía el dueño de la troja.
Nuestro
avance lo hicimos con tanto sigilo que íbamos avanzando a la par de una
emboscada que tenía tendida el ejército y ni ellos ni nosotros nos habíamos
dado cuenta. Como la emboscada tenía forma de media luna topamos con uno de los
extremos; los soldados estaban descuidados, así que los sorprendimos, jamás
pensaron que nos pasaríamos toda la emboscada sin que sus compañeros se dieran
cuenta. Se produjo un tiroteo cuando nuestro compañero de vanguardia topó con
los soldados; llegó tan cerca que uno de los soldados le quiso agarrar el cañón
de la carabina cuando se toparon y ahí comenzó el tiroteo. Sólo dos o tres de
nuestros compañeros dispararon, Los demás no, porque no veíamos al enemigo.
Comenzamos a retirarnos y quizá por la sorpresa ellos no dispararon rápidamente,
a los dos minutos aquello parecía una noche buena a las 12 de la noche,
tronaban los fusiles Garand y silbaban las balas por todas partes; algunas nos
pegaban muy cerca y levantaban pedazos de barro en el suelo.
Al
rato comenzaron a lanzar granadas y los estruendos se oían por todas partes. El
terreno era tan difícil: peña por un lado y hierba pequeña por el otro lado,
que prácticamente tuvimos que regresar por donde entramos, haciendo el
recorrido a la inversa por toda la emboscada.
Por suerte sólo un compañero, el que hablaba queqchi’, salió levemente
herido de un brazo.
A
los pocos minutos llegó el helicóptero a recoger sus bajas y también llevó perros
amaestrados, que nos complicaron la vida en los días posteriores.
Nosotros
nos retiramos con el herido buscando al resto de la columna en donde Cipriano
le dio los primeros auxilios.
En
el balance que se hizo de la acción, se determinó que habíamos caído en la
emboscada del ejército, porque no le entendimos bien a la mujer que nos informó
que a los hombres de la aldea los tenía reunidos el ejército.
La
verdad, según concluimos, la mujer pensó, a pesar de las diferencias, que
éramos los mismos, es decir, pensó que nosotros éramos del ejército. Eso nos sucedió en varias ocasiones.
Los
perros amaestrados comenzaron a sentir nuestro rastro, ayudados por el olor de
dos gorras que habíamos dejado botadas. Nos dimos cuenta y tomamos medidas. La
retaguardia en cada descanso se emboscaba esperando la llegada del ejército,
pero cuando el perro sentía que ya estábamos cerca, ladraba; entonces el
ejército ya no avanzaba. Eso hacía
suponer dos cosas: una que no avanzaban por temor y la otra que esa unidad
únicamente nos iba marcando el rumbo y transmitiéndolo por radio, para que nos
tiraran tropa adelante por helicóptero.
Así pues, comenzamos a caracolear, o sea, a dar vueltas. Varios días nos
quedamos a dormir muy cerca de la unidad que llevaba el perro y casi siempre,
acampábamos en el mismo arroyo, nosotros arriba y ellos abajo por lo que nos
lavamos los pies y algunos se orinaban y defecaban en el agua para que les
llegara “contaminada” a los soldados. Así estuvimos varios días “jugando al
ratón y al gato”. Caminando por los arroyos entre el agua a sabiendas que así
se perdía nuestro olor y despistábamos al perro, pero siempre se dejaba huella
y no engañábamos al perrero.
Por
lo anterior decidimos subirnos a la Sierra del Chamá, al pie de la cual
habíamos estado todos los días anteriores. En el lugar por donde la subimos
había peñascos; algunos trechos los hicimos colgados de bejucos, así que los
perros no pudieron subir y ya no supimos más de ellos.
Llegamos
sobre la Sierra a una aldea que se nos imaginó un nacimiento de Navidad. Era un paisaje muy lindo pues las casas
estaban en un llano muy verde y lleno de ovejas, con una laguneta llena de
patos de casa en medio de la aldea. La
aldea se llamaba Amchel. Esta fue la
última población que tomamos en Quiché, pues no encontramos ningún vestigio de
los compañeros que buscábamos.
Evidentemente la información no había sido exacta, porque con el tiempo averiguamos que sí
habían estado más al sur en donde los habían matado.
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