jueves, 16 de junio de 2016

La deuda impagable primera parte

Por Marco Tulio Soto

Este relato está dedicado a todos los compañeros que organizaron e hicieron posible las guerrillas del Petén; se desprende de momentos históricos del Movimiento Revolucionario guatemalteco de los años 1969 – 1970.

En aquellos años se estaba dando un reflujo revolucionario, debido entre otras cosas a los niveles que estaba tomando la represión, a las masacres que se habían dado en el oriente del país y a la desarticulación del movimiento revolucionario guatemalteco.

Las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) trataba de concentrar en el norte del país lo que había quedado de las guerrillas de la Sierra de las Minas y de algunos compañeros de la capital.

Eran los años del gobierno del General Carlos Arana Osorio, más conocido como “El Chacal de Zacapa”, debido a que antes de ser presidente había sido jefe de dicha base militar de Zacapa y se caracterizó por su actitud sanguinaria y criminal.

El plan contrainsurgente concebido por los gringos, el ejército y el gobierno de Julio César Méndez Montenegro estaba dando sus frutos. Por primera vez en Guatemala se había organizado mediante el terror a la población, para combatir a la guerrilla.  Se montaron operaciones militares conjuntas con ejércitos de las hermanas repúblicas centroamericanas; llegaron asesores gringos, se hicieron bombardeos indiscriminados, aumentó el número de cadáveres tirados en los caminos, lagos, ríos y hasta en los cráteres de los volcanes. Se desarrolló al máximo la tortura y los crímenes más horrendos contra el pueblo guatemalteco.

Todo esto, junto a otros elementos, había provocado la desarticulación del movimiento guerrillero.

Cientos de compañeros y compañeras habían muerto, muchos de ellos habían sido capturados en sus aldeas, en sus viviendas, en sus casas. Una gran parte de aldeas de la Sierra de las Minas habían sido arrasadas. En todas partes del país, en la costa sur, en el sur, en el sur occidente, en la capital, en Baja Verapaz, se cometían crímenes diariamente. Todos los capturados eran ejecutados y tirados sus cuerpos en cualquier parte.  Desapareció en Guatemala el status de preso político.
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Se había logrado reunir a un grupo de compañeros armados con carabinas M-1.  Nos encontrábamos en el sur de El Petén y pretendíamos desplazarnos hacia Quiché y Alta Verapaz.

Por esos días, como producto de la desarticulación del movimiento, había proliferado las “concepciones” políticas, ideológicas y organizativas que según decían, sacarían al movimiento revolucionario de su reflujo y lo ayudarían a dar un salto de calidad.

Nosotros, todos muy jóvenes, con un gran corazón y con todos los deseos de llevar adelante al movimiento, nos debatíamos entre una y otra concepción.  Un poco de eso nos llevó a decidirnos a marchar hacia Quiché, con la idea peregrina que al nomás llegar, la población indígena correría tras de nosotros brindándonos todo su apoyo e incorporándose masivamente a nuestras unidades.

No entendíamos muy bien los fenómenos sociales, como la depauperación, el aislamiento y la variedad de idiomas. Pensábamos que por vivir en tanta pobreza estaban conscientes que había que lucha y contra quién luchar, pero la cosa no era exactamente así.

Entre las concepciones que existían, había una que pretendía realizar una concentración de todos los compañeros posibles en lo que se llamaba la Zona Reina.  Para eso, se había hablado con muchos compañeros incluyendo al comandante Yon Sosa, jefe del “Movimiento 13 de Noviembre”.

Eran muchos los criterios que se argumentaban para haber elegido esa zona, pero principalmente predominaban los elementos de carácter geográfico y mucho romanticismo sobre el tipo de población.

Por otro lado, según se decía, había algunos compañeros que estaban haciendo trabajo político en algunas comunidades de Quiché y venían penetrando hacia el norte, creando base y preparando condiciones para la llegada de la guerrilla.  Además se decía que había compañeros de la capital que se incorporarían y entraría a la montaña por ese lado.

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Nosotros como dijimos antes, habíamos logrado concentrar un grupo de compañeros. Habíamos entrado a Petén, la mayoría por vía aérea, a través de la línea nacional Aviateca, más conocida como “Aviachueca”, por los desperfectos que presentaban sus aviones.

Por avión se metió el equipo, incluyendo las carabinas.  En ese tiempo cobraban cuatro centavos de quetzal por libra adicional de equipaje y el pasaje de la capital a Petén costaba 12 quetzales.

Los aviones de Aviateca eran de los viejos C-47 de la segunda guerra mundial y volaban tan rasantes, que uno podía ver a los micos en las puntas de los árboles.
Salían sobre el hipódromo del norte, en la capital, se venían por encaños, salvando cerros, hasta llegar al río La Pasión.

Seguían su curso hasta llegar a Sayaxché y después volaban sobre toda la carretera, hasta llegar a Santa Elena, Petén.

En el aeropuerto era frecuente ver cómo “ordeñaban” la aeronave, le sacaban combustible y como a los carros, cuando se les hace conexión directa, los mecánicos se ponían a conectar alambritos y arrancaban los motores a cada rato, para ver cómo habían quedado.

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En la guerrilla no usábamos mochilas sino “costalillas”, que son costales o sacos de yute con hombreras de pita, eso usaban también los chicleros.  Los mosquiteros y las hamacas no era cosa extraña en esta zona.  Tampoco usábamos uniformes verde olivo, sino un pantalón de lona azul, camisa verde y botas de hule.

Comenzábamos a concentrarnos al sur de Sayaxché y enviamos exploraciones buscando los límites de Alta Verapaz.  En una ocasión en que se fue a recoger abastecimiento al río La Pasión, una de nuestras unidades fue descubierta por un mulero que acarreaba abasto a los chicleros.  Nuestros compañeros quisieron hablar con él, pero se había asustado tanto al ver hombres armados, barbudos, sucios, con la ropa rota, que cuentan que agarró carreta desde allí hasta el pueblo de Sayaxché, que distaba dos horas y media, y fue a avisarle a su patrón y éste fue a dar parte al destacamento militar.

Hasta ese momento no se conocía de la existencia de la guerrilla en Petén; nosotros mismos no pensábamos que fuera una zona de combate, sino  más bien una zona de retaguardia guerrillera.  Así pues, ya descubierta nuestra presencia nos vimos forzados a acelerar nuestra ida hacia Quiché, aún sin haber terminado los preparativos y confiando en los compañeros que nos esperaban cerca de la laguna Lachuá y con abastecimiento, cosa que resultó falsa.

Días después que nos descubrieron estuvimos acampados en un campamento que le llamábamos “la Comandancia”, en una zona con selva clara y manacal o corozal, varios arroyos y muchos árboles de zapote, lo que nos sirvió de abasto durante algún tiempo.

Por las noches era frecuente escuchar las carreras de los compañeros a recoger los zapotes que caían de los árboles. Cada quién tenía su reserva zapotera en el lugar donde dormía.  Este campamento quedaba más o menos, en lo que ahora es la aldea Santa Rosa, al sur de Sayaxché. En ese tiempo no existían la Franja Transversal del Norte, ni la carretera que la une con Sayaxché.

Lo único que existía era una brecha mulera conocida como la brecha de Chinajá que comunicaba con otras brechas y que junto al río la Pasión constituían las vías de comunicación entre Petén y Alta Verapaz.
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Para llegar a Quiché debíamos caminar a rumbo de 340 grados, buscando el río San Román. Caminamos rompiendo selva como siempre, bajo un invierno muy lluvioso, habían muchas inundaciones y caminábamos muchas veces con el agua a la cintura. Por fin llegamos al río San Román, estaba crecido hasta los toles, el agua salía de su cauce por muchos metros, al grado que no logramos ver la corriente central.

Para atravesarlo se unieron los lazos de todas las hamacas y un compa casi se ahoga por llevar la punta del lazo hasta la otra orilla.  Poco a poco y uno a uno, nos fuimos agarrando del lazo hasta ir pasando al otro lado.

Para variar, todas las cosas se nos mojaron y hubo que descansar al día siguiente, para asolear el equipo y la ropa de dormir, pues mojada aumentaba considerablemente su peso. Ahí estuvimos comiendo sólo corozo y palmito de esa misma planta, lo que a la  postre nos aflojó el estómago a todos y era un concierto de instrumentos de viento…

Proseguimos a rumbo de 210 grados, hasta que le caímos al río Limón; éste no estaba tan crecido y nos permitió pasar sobre un árbol que previamente derribamos con hachas. Aquí comimos algunos pescados así como semillas de lancetillo o chapayo que a pesar de lo duras que son les hicimos entrada.  Ahí también hicimos un descanso, mientras se enviaron algunas exploraciones a los alrededores.


Continuamos a rumbo de 255 grados hasta llegar a las márgenes del Río Ixcolay.  Su caudal era tan grande que hasta se escuchaba un rugido producido por la corriente, como 100 metros de ancho.  Con sólo echarle un vistazo era suficiente para darse cuenta que era imposible pasarlo a nado con el equipo y la costalilla. Se enviaron exploraciones buscando un posible paso, pero fue imposible, en todos lados estaba igual e incluso peor. Así pues, se decidió hacer una canoa pues considerábamos que una balsa la arrastraría la corriente y nos provocaría un accidente.

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