viernes, 17 de junio de 2016

La deuda impagable parte dos

Por Marco Tulio Soto

"Lo que más nos sorprendió fue ver en aquellos lugares cocineros vestidos de blanco y con el característico gorro alto y lleno de pliegues en la parte de arriba.  No entendíamos qué hacía en medio de aquella selva ese lunar de civilización extravagante".



A los tres días de trabajo ya estaba la canoa con su par de canaletas. Así fuimos pasando de cuatro en cuatro, mientras dos compañeros canaleteaban. En cada viaje, la corriente arrastraba la pequeña canoa como unos 200 metros por lo que había que avanzar río arriba por toda la orilla hasta llegar frente al punto de partida, atravesando de regreso y repetir la operación por esa banda del río. Por eso, nos llevó un día entero pasar ese río. 

Proseguimos nuestro rumbo a 300 grados. Comenzamos a escuchar ruidos de maquinaria y a encontrar brechas abiertas recientemente. Se decidió enviar exploraciones en dirección al ruido de los motores.

Los ruidos eran como de tractores que se movían de un lado a otro pero se escuchaba uno que se mantenía estático y hacía ahí nos dirigimos con una exploración; avanzamos de noche pero no logramos llegar por falta de pilas para las linternas.  Otro día temprano, seguimos avanzando entre partes pantanosas, lo que nos había provocado peladuras en los pies, pues el lodo contenía una arena muy fina que parecía lija.

Continuamos nuestro avance y nos sorprendió salir a un enorme claro que habían abierto recientemente en la selva. Se trataba de una gran pista de aterrizaje que estaban construyendo.  Caminamos por la orilla protegiéndonos con la vegetación de la selva y calculamos que medía 1,230 metros de largo por 100 de ancho. Continuamos en dirección al ruido del motor estático y mientras avanzamos por la selva íbamos encontrando más y más evidencias de presencia de personas, pues en los caminitos se veían muchas huellas de zapatos y de botas de hule.

Nosotros seguimos a rumbo a través de la selva y al subir a una pequeña elevación, nuestra sorpresa fue enorme al ver casas de tipo chalet en medio de aquella vegetación selvática, nos agazapamos tras unos árboles de ujúshte y ahí estuvimos observando varias horas.

Evidentemente se trataba de alguna compañía que estaba en exploraciones, pero no sabíamos de qué, pues lo único que habíamos oído era la existencia de una compañía azufrera -eso le decían a los campesinos-. Se miraban trabajadores con cascos plásticos que entraban y salían de una enorme casa de madera con techo de guano; había dos casas tipo chalet con tela metálica en las ventanas, la madera pintada de blanco y verde claro y el techo era de asbesto.

Lo que más nos sorprendió fue ver en aquellos lugares cocineros vestidos de blanco y con el característico gorro alto y lleno de pliegues en la parte de arriba.  No entendíamos qué hacía en medio de aquella selva ese lunar de civilización extravagante.

Decidimos regresar a informar de la situación y de lo que habíamos observado llevamos un pequeño croquis del lugar. Cuando llegamos a donde estaba el resto de compañeros ya éstos se disponían a marchar, sólo esperaban por nosotros. Habían interceptado a un grupo de trabajadores que andaban haciendo brechas y éstos les habían proporcionado la información necesaria.

Por la situación en que nos encontrábamos, o sea, sin abastecimiento y sobre todo con muchos enfermos de paludismo, así como de mosca chilera (leshmaniasis), se había decidido tomar las instalaciones del que en realidad era el campamento petrolero “Las Tortugas”, que se encontraba a pocos kilómetros en las márgenes del río Salinas. Los trabajadores nos servirían de guías y nos llevarían por los caminos que ellos usaban.

Como los compañeros ya habían hecho su propio croquis con la información de los trabajadores, nos explicaron rápidamente el plan para tomar el campamento petrolero, y en qué consistiría nuestra tarea. Así se formaron los grupos y marchamos hacia el campamento.

Llegamos al campamento en donde se sorprendieron mucho, sobre todo los técnicos gringos que ahí se encontraban. Reunimos a todo el personal y le explicamos el motivo de nuestra presencia; después hicimos un recorrido por todas las instalaciones.

Los chalet era donde dormían los técnicos gringos y el jefe del campamento un cobanero con apellido alemán, que nos regaló muestras del petróleo del que habían encontrado; nos explicó que estaban determinando si existía en cantidades comerciales, para hacer las instalaciones para su extracción. También nos informó que todo lo que ahí había lo habían llevado por medio de los ríos Pasión y Salinas, con un barquito que tenían y sobre todo aprovechando los meses de invierno en que subía el nivel de las aguas en los ríos.

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Nos abastecimos de medicina y alimentos, comimos en mesas y sentados en sillas como de comedor chino, sobre la mesa había un mantelito, un frasco con sala de tomate, otro con mostaza, otro de salsa de chile y una botella de miel. Nos tomamos muchos jugos enlatados y comimos muchas galletas.  Nuestro plan era retirarnos de madrugada y lo hicimos utilizando algunas lanchas de motor que ahí había. Para ajustar el número de lanchas que necesitábamos le compramos un motor marino a un muchacho que trabajaba ahí.  Después supimos lo asesinó el ejército.  Acarreamos el abastecimiento para la orilla del río; consistía principalmente en arroz y harina de maíz, un poco de azúcar, sal, aceite y algunas latas. En cuanto a la medicina afortunadamente tenían aralén y reprodal para el paludismo y la leshmaniasis.

Para poder transportarnos todos, se acuacharon varias lanchas amarrándolas con lazos y unos troncos que las sujetaban entre sí.

Antes del amanecer emprendimos la retirada dirigiéndonos río arriba, buscando el río negro o Chixoy.

Al aclarar y comenzar a alumbrar el sol comenzaron a volar los aviones sobre el río.  Del campamento petrolero habían dado parte por radio.  Nosotros habíamos orillado las lanchas y estábamos esperando el atardecer para continuar nuestro viaje río arriba. 

Por la tarde continuando viaje hasta que a eso de las 8 de la noche encontramos un enorme raudal que provocaba un gran remolino donde los motores no fueron capaces de subir las lanchas. Nos bajamos todos y sólo subieron las lanchas con los motoristas improvisados y el abastecimiento. Ellos nos esperarían en el primer arroyo que cayera al río y que permitiera esconder las lanchas con los motores.

Navegar por el río Salinas y Chixoy había constituido un gran avance no sólo en tiempo sino en espacio, con ese trayecto realizado ahorramos muchos días de caminata, además habíamos resuelto el problema de la medicina e incluso de algunos pares de botas que nos hacían falta.

Los arroyos estaban crecidos, eso nos permitió subir las lanchas un buen trecho, hasta dejarlas en lugar seguro.  Reorganizamos la marcha y continuamos a rumbo de 225 grados buscando las primeras poblaciones de Quiché. Caminamos muchos días, se nos terminó el abastecimiento y comenzamos a comer el cogollo de una palma que le llaman “ternera”, este cogollo aunque pica quita un poco el hambre.  Comenzamos a comer cualquier semilla o fruta silvestre que encontrábamos, pero se prohibió porque ya había experiencias de envenenamiento por hacer eso.  Así pues, lo único que nos iba quedando era tomar suficiente agua para apaciguar el hambre.

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Un día que íbamos caminando, hicimos señas desde la vanguardia; la columna se paró y todos aguzamos los oídos pues se escuchaba a lo lejos que estaban trabajando con hacha, poco a poco nos fuimos acercando. Al rato escuchamos a lo lejos el clásico quiquiriquí, de gallos que inmediatamente asociamos con la existencia de una vivienda aunque todavía no habíamos encontrado ni un solo caminito ni señas de huella de personas.

Se envió una exploración y regresó con la novedad que había una pequeña aldea a juzgar por unas cuantas casas que habían visto. Nos acercamos en silencio y estuvimos observando un rato. No se notaba nada extraordinario, por lo que se dio la orden de avanzar, tomar la aldea y poner contenciones en los caminos de acceso al lugar.

Reunimos a la poca gente que había y les explicamos el motivo de nuestra presencia.  La verdad, creo nos entendieron un 1 por ciento de lo que les dijimos. Sólo había un señor que hablaba un poco el castellano, porque había trabajado como albañil en la capital hacia algunos años. En su mayoría eran mujeres en ese momento, pues los hombres andaban en una aldea vecina por ser día de mercado.

Al rato de estar ahí, la tensión de la gente bajó y se relajaron un poco. Nuestro “brujo” que era un enfermero que se refería a los médicos del Hospital General como “colegas” comenzó a ver a algunos enfermos, sobre todo a una señora recién parida. A esta señora le agarró una mano para tomarle el pulso y mirándose el reloj con gesto muy profesional le dijo: dolor… fiebre… náuseas… hasta que alguien le dijo: no sea bruto Cipriano, no ve que sólo hablan qeqchi’.  Este nuestro “brujo” era muy famoso en la guerrilla por sus milk-sheik, pues la penicilina no la diluía con agua destilada, sino con vitamina B-12, lo que le daba a la inyección un aspecto de milk-sheik de fresa.

El caserío en que nos encontrábamos resultó llamarse Santa María Tzejá, un caserío muy pequeño. La gente, como ya se dijo, no hablaba castellano y nosotros sólo cargábamos a un compañero que hablaba qeqchi’. Es necesario hacer notar que del lado norte de la Sierra del Chamá, donde nos encontrábamos, a pesar de estar en el departamento de Quiché, lo que se hablaba era qeqchi’. Era un poblado extremadamente pobre, como todas las de esa región, no tenían abastecimiento para vendernos y nosotros, que andábamos con un hambre atrasada de muchos días no sabíamos como resolver el problema.

Por fin les compramos un marrano grande que tenían, nos lo vendieron en 10 quetzales, en ese precio se lo vendían al comerciante que les llevaba fósforos, jabón, sal, sólo que el comerciante llegaba cada dos o tres meses; le pagaban con los animales pero no se los llevaba sino que los dejaba hasta el otro viaje, para que se  los siguieran engordando.

Mientras mataban al animal y hacían los chicharrones, nos mandaron a un grupo a emboscarnos en el camino principal de acceso a la aldea.

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Pasamos ahí varias horas, esperando al posible enemigo, o nuestro relevo de la emboscada para satisfacer nuestra atroz hambre.

De repente llegaron a decirnos al lugar de la emboscada que un hombre que se había dado cuenta de nuestra presencia se había ido por el camino principal a dar parte a las autoridades del municipio más cercano.

Lo anterior haría más difícil buscar el contacto con los compañeros que supuestamente habían penetrado por el norte y que nos habían puesto como punto de referencia la Laguna Lachuá. Nos ordenaron seguir por el camino y tratar de darle alcance. Con una escuadra de compañeros seguimos rápidamente el camino y sólo se notaba la huella de los pies descalzos de un hombre.

Después de un tiempo de seguir la huella ésta se perdió pues se salió del camino, nosotros seguimos pues pensamos se iría por la orilla para despistarnos. Sin darnos cuenta habíamos llegado a la aldea San Antonio el Baldío, prácticamente ya estábamos a media aldea pues habían casas muy dispersas.  Buscamos con quien hablar pues tampoco hablaban castellano, salvo el alcalde que lo entendía un poco.

Como ya era tarde nos metimos en una casa abandonada con la intención de pasar ahí la noche; fuimos a explorar para ver dónde haríamos la vigilancia nocturna, cuando se presentó otra patrulla nuestra que nos dio alcance. Eran dos compañeros, a quienes vimos como nuestros salvadores pues traían comida, pero se dio un problema que es el que inspiró el título de este relato.

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