Por Marco Tulio Soto
"Lo que más nos sorprendió fue ver en aquellos lugares cocineros vestidos de blanco y con el característico gorro alto y lleno de pliegues en la parte de arriba. No entendíamos qué hacía en medio de aquella selva ese lunar de civilización extravagante".
"Lo que más nos sorprendió fue ver en aquellos lugares cocineros vestidos de blanco y con el característico gorro alto y lleno de pliegues en la parte de arriba. No entendíamos qué hacía en medio de aquella selva ese lunar de civilización extravagante".
A
los tres días de trabajo ya estaba la canoa con su par de canaletas. Así fuimos
pasando de cuatro en cuatro, mientras dos compañeros canaleteaban. En cada
viaje, la corriente arrastraba la pequeña canoa como unos 200 metros por lo que
había que avanzar río arriba por toda la orilla hasta llegar frente al punto de
partida, atravesando de regreso y repetir la operación por esa banda del río.
Por eso, nos llevó un día entero pasar ese río.
Proseguimos
nuestro rumbo a 300 grados. Comenzamos a escuchar ruidos de maquinaria y a
encontrar brechas abiertas recientemente. Se decidió enviar exploraciones en
dirección al ruido de los motores.
Los
ruidos eran como de tractores que se movían de un lado a otro pero se escuchaba
uno que se mantenía estático y hacía ahí nos dirigimos con una exploración;
avanzamos de noche pero no logramos llegar por falta de pilas para las
linternas. Otro día temprano, seguimos
avanzando entre partes pantanosas, lo que nos había provocado peladuras en los
pies, pues el lodo contenía una arena muy fina que parecía lija.
Continuamos
nuestro avance y nos sorprendió salir a un enorme claro que habían abierto
recientemente en la selva. Se trataba de una gran pista de aterrizaje que
estaban construyendo. Caminamos por la
orilla protegiéndonos con la vegetación de la selva y calculamos que medía 1,230
metros de largo por 100 de ancho. Continuamos en dirección al ruido del motor
estático y mientras avanzamos por la selva íbamos encontrando más y más
evidencias de presencia de personas, pues en los caminitos se veían muchas
huellas de zapatos y de botas de hule.
Nosotros
seguimos a rumbo a través de la selva y al subir a una pequeña elevación,
nuestra sorpresa fue enorme al ver casas de tipo chalet en medio de aquella
vegetación selvática, nos agazapamos tras unos árboles de ujúshte y ahí
estuvimos observando varias horas.
Evidentemente
se trataba de alguna compañía que estaba en exploraciones, pero no sabíamos de
qué, pues lo único que habíamos oído era la existencia de una compañía azufrera
-eso le decían a los campesinos-. Se miraban trabajadores con cascos plásticos
que entraban y salían de una enorme casa de madera con techo de guano; había
dos casas tipo chalet con tela metálica en las ventanas, la madera pintada de
blanco y verde claro y el techo era de asbesto.
Lo
que más nos sorprendió fue ver en aquellos lugares cocineros vestidos de blanco
y con el característico gorro alto y lleno de pliegues en la parte de
arriba. No entendíamos qué hacía en
medio de aquella selva ese lunar de civilización extravagante.
Decidimos
regresar a informar de la situación y de lo que habíamos observado llevamos un
pequeño croquis del lugar. Cuando llegamos a donde estaba el resto de
compañeros ya éstos se disponían a marchar, sólo esperaban por nosotros. Habían
interceptado a un grupo de trabajadores que andaban haciendo brechas y éstos
les habían proporcionado la información necesaria.
Por
la situación en que nos encontrábamos, o sea, sin abastecimiento y sobre todo
con muchos enfermos de paludismo, así como de mosca chilera (leshmaniasis), se
había decidido tomar las instalaciones del que en realidad era el campamento
petrolero “Las Tortugas”, que se encontraba a pocos kilómetros en las márgenes
del río Salinas. Los trabajadores nos servirían de guías y nos llevarían por
los caminos que ellos usaban.
Como
los compañeros ya habían hecho su propio croquis con la información de los
trabajadores, nos explicaron rápidamente el plan para tomar el campamento
petrolero, y en qué consistiría nuestra tarea. Así se formaron los grupos y
marchamos hacia el campamento.
Llegamos
al campamento en donde se sorprendieron mucho, sobre todo los técnicos gringos
que ahí se encontraban. Reunimos a todo el personal y le explicamos el motivo
de nuestra presencia; después hicimos un recorrido por todas las instalaciones.
Los
chalet era donde dormían los técnicos gringos y el jefe del campamento un
cobanero con apellido alemán, que nos regaló muestras del petróleo del que
habían encontrado; nos explicó que estaban determinando si existía en
cantidades comerciales, para hacer las instalaciones para su extracción.
También nos informó que todo lo que ahí había lo habían llevado por medio de
los ríos Pasión y Salinas, con un barquito que tenían y sobre todo aprovechando
los meses de invierno en que subía el nivel de las aguas en los ríos.
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Nos
abastecimos de medicina y alimentos, comimos en mesas y sentados en sillas como
de comedor chino, sobre la mesa había un mantelito, un frasco con sala de
tomate, otro con mostaza, otro de salsa de chile y una botella de miel. Nos
tomamos muchos jugos enlatados y comimos muchas galletas. Nuestro plan era retirarnos de madrugada y lo
hicimos utilizando algunas lanchas de motor que ahí había. Para ajustar el número
de lanchas que necesitábamos le compramos un motor marino a un muchacho que
trabajaba ahí. Después supimos lo
asesinó el ejército. Acarreamos el
abastecimiento para la orilla del río; consistía principalmente en arroz y
harina de maíz, un poco de azúcar, sal, aceite y algunas latas. En cuanto a la
medicina afortunadamente tenían aralén y reprodal para el paludismo y la
leshmaniasis.
Para
poder transportarnos todos, se acuacharon varias lanchas amarrándolas con lazos
y unos troncos que las sujetaban entre sí.
Antes
del amanecer emprendimos la retirada dirigiéndonos río arriba, buscando el río
negro o Chixoy.
Al
aclarar y comenzar a alumbrar el sol comenzaron a volar los aviones sobre el
río. Del campamento petrolero habían
dado parte por radio. Nosotros habíamos orillado
las lanchas y estábamos esperando el atardecer para continuar nuestro viaje río
arriba.
Por
la tarde continuando viaje hasta que a eso de las 8 de la noche encontramos un
enorme raudal que provocaba un gran remolino donde los motores no fueron
capaces de subir las lanchas. Nos bajamos todos y sólo subieron las lanchas con
los motoristas improvisados y el abastecimiento. Ellos nos esperarían en el
primer arroyo que cayera al río y que permitiera esconder las lanchas con los
motores.
Navegar
por el río Salinas y Chixoy había constituido un gran avance no sólo en tiempo
sino en espacio, con ese trayecto realizado ahorramos muchos días de caminata,
además habíamos resuelto el problema de la medicina e incluso de algunos pares
de botas que nos hacían falta.
Los
arroyos estaban crecidos, eso nos permitió subir las lanchas un buen trecho,
hasta dejarlas en lugar seguro.
Reorganizamos la marcha y continuamos a rumbo de 225 grados buscando las
primeras poblaciones de Quiché. Caminamos muchos días, se nos terminó el
abastecimiento y comenzamos a comer el cogollo de una palma que le llaman
“ternera”, este cogollo aunque pica quita un poco el hambre. Comenzamos a comer cualquier semilla o fruta
silvestre que encontrábamos, pero se prohibió porque ya había experiencias de
envenenamiento por hacer eso. Así pues,
lo único que nos iba quedando era tomar suficiente agua para apaciguar el
hambre.
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Un
día que íbamos caminando, hicimos señas desde la vanguardia; la columna se paró
y todos aguzamos los oídos pues se escuchaba a lo lejos que estaban trabajando
con hacha, poco a poco nos fuimos acercando. Al rato escuchamos a lo lejos el
clásico quiquiriquí, de gallos que inmediatamente asociamos con la existencia
de una vivienda aunque todavía no habíamos encontrado ni un solo caminito ni
señas de huella de personas.
Se
envió una exploración y regresó con la novedad que había una pequeña aldea a
juzgar por unas cuantas casas que habían visto. Nos acercamos en silencio y
estuvimos observando un rato. No se notaba nada extraordinario, por lo que se
dio la orden de avanzar, tomar la aldea y poner contenciones en los caminos de
acceso al lugar.
Reunimos
a la poca gente que había y les explicamos el motivo de nuestra presencia. La verdad, creo nos entendieron un 1 por
ciento de lo que les dijimos. Sólo había un señor que hablaba un poco el
castellano, porque había trabajado como albañil en la capital hacia algunos
años. En su mayoría eran mujeres en ese momento, pues los hombres andaban en
una aldea vecina por ser día de mercado.
Al
rato de estar ahí, la tensión de la gente bajó y se relajaron un poco. Nuestro
“brujo” que era un enfermero que se refería a los médicos del Hospital General
como “colegas” comenzó a ver a algunos enfermos, sobre todo a una señora recién
parida. A esta señora le agarró una mano para tomarle el pulso y mirándose el
reloj con gesto muy profesional le dijo: dolor… fiebre… náuseas… hasta que
alguien le dijo: no sea bruto Cipriano, no ve que sólo hablan qeqchi’. Este nuestro “brujo” era muy famoso en la
guerrilla por sus milk-sheik, pues la penicilina no la diluía con agua
destilada, sino con vitamina B-12, lo que le daba a la inyección un aspecto de
milk-sheik de fresa.
El
caserío en que nos encontrábamos resultó llamarse Santa María Tzejá, un caserío
muy pequeño. La gente, como ya se dijo, no hablaba castellano y nosotros sólo
cargábamos a un compañero que hablaba qeqchi’. Es necesario hacer notar que del
lado norte de la Sierra del Chamá, donde nos encontrábamos, a pesar de estar en
el departamento de Quiché, lo que se hablaba era qeqchi’. Era un poblado
extremadamente pobre, como todas las de esa región, no tenían abastecimiento
para vendernos y nosotros, que andábamos con un hambre atrasada de muchos días
no sabíamos como resolver el problema.
Por
fin les compramos un marrano grande que tenían, nos lo vendieron en 10
quetzales, en ese precio se lo vendían al comerciante que les llevaba fósforos,
jabón, sal, sólo que el comerciante llegaba cada dos o tres meses; le pagaban
con los animales pero no se los llevaba sino que los dejaba hasta el otro
viaje, para que se los siguieran
engordando.
Mientras
mataban al animal y hacían los chicharrones, nos mandaron a un grupo a
emboscarnos en el camino principal de acceso a la aldea.
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Pasamos
ahí varias horas, esperando al posible enemigo, o nuestro relevo de la
emboscada para satisfacer nuestra atroz hambre.
De
repente llegaron a decirnos al lugar de la emboscada que un hombre que se había
dado cuenta de nuestra presencia se había ido por el camino principal a dar
parte a las autoridades del municipio más cercano.
Lo
anterior haría más difícil buscar el contacto con los compañeros que
supuestamente habían penetrado por el norte y que nos habían puesto como punto
de referencia la Laguna Lachuá. Nos ordenaron seguir por el camino y tratar de
darle alcance. Con una escuadra de compañeros seguimos rápidamente el camino y
sólo se notaba la huella de los pies descalzos de un hombre.
Después
de un tiempo de seguir la huella ésta se perdió pues se salió del camino,
nosotros seguimos pues pensamos se iría por la orilla para despistarnos. Sin
darnos cuenta habíamos llegado a la aldea San Antonio el Baldío, prácticamente
ya estábamos a media aldea pues habían casas muy dispersas. Buscamos con quien hablar pues tampoco
hablaban castellano, salvo el alcalde que lo entendía un poco.
Como
ya era tarde nos metimos en una casa abandonada con la intención de pasar ahí
la noche; fuimos a explorar para ver dónde haríamos la vigilancia nocturna, cuando
se presentó otra patrulla nuestra que nos dio alcance. Eran dos compañeros, a
quienes vimos como nuestros salvadores pues traían comida, pero se dio un
problema que es el que inspiró el título de este relato.
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