Establecimos un centro de radio rastreo en Tabasco, México. La comandancia partió de la necesidad de que este trabajo se hiciera en un lugar fijo, con mejores condiciones, para que sus resultados también lo fueran.
En el lugar inicialmente estuvimos el sargento Ramiro y yo, pero después Ramiro fue enviado a otra zona también de Tabasco, para encargarse de las comunicaciones.
Al equipo de RR se incorporó Isabel, Ericka, Diana, Leo Dan y yo. Nos integramos muy bien y sacábamos el trabajo. Contábamos además con mapas militares y dos computadoras.
Concentramos los equipos de radio rastreo en un cuarto, donde acomodamos mesas y ventiladores. El calor y la humedad en Tabasco eran muy similares a los de la selva petenera. Además llovía mucho y teníamos varios árboles en los alrededores de la casa, que votaban muchas hojas.
Uno de esos días el agua empezó a filtrarse por la pared, al parecer por la acumulación de hojarasca en el techo y se me ocurrió la “brillante idea” de subir a barrer. No le avisé a nadie. Coloqué la escalera y, con escoba en mano, inicie el ascenso. Efectivamente, vi con malestar la cantidad de basura. Me paré sobre aquellas láminas de asbesto humedecidas por la lluvia y di al menos dos escobazos, cuando escuché el crujir y caí sobre las compañeras que no entendían lo que pasaba.
Recuerdo el momento exacto en el aire. Serían dos o tres segundos a lo sumo. Mi peso rompió la lámina en la parte central y un pedazo puntiagudo pasó cortando mi cara; en el suelo la peor parte la llevó mi mano derecha, principalmente mi dedo meñique, que quedó retorcido como un alambre, hacia la muñeca.
Luego, debajo de las láminas fueron saliendo las compañeras y Leo Dan, con golpes mínimos. La que resultó más golpeada fue Ericka; a la pobre se le hizo un chinchón en la cabeza.
Nos levantamos y empezamos a aclarar nuestros sentidos; que pasó y que había que hacer. Mi cara sangraba. Tenía una cortada que se alargaba de la ceja derecha hacia el pómulo. Asustaba a cualquiera, al igual que el dedo.
Las voces de los vecinos nos alertaron; seguramente querrían entrar a ver lo que había ocurrido y decidimos de inmediato que yo los recibiera y les contara, mientras que ellas y Leo evacuaban los equipos del cuarto.
Los vecinos, muy solidarios, habían escuchado el estrépito, como que un árbol se hubiera dejado venir sobre la casa y se acercaron. Al verme y escuchar mi versión se alarmaron y corrieron por un vehículo para llevarme al hospital más cercano, ubicado a menos de cinco minutos, lo que les agradezco eternamente.
Sin embargo, como en todo hospital público, tuve que esperar hasta ser atendido por un practicante, que se asustó al verme. Le conté lo que había pasado y le dije que también tenía la mano golpeada.
Si, dijo, pero lo primero es la cara. Y se puso en esas, a limpiar y costurar la herida abierta.
Al rato llegó el medico de turno; un señor ya entrado en años y seguramente con mucha experiencia, que le preguntó cual era el caso. El practicante dio los detalles e informó que había considerado que la cara era lo más urgente. Todo lo contrario. El médico lo regaño. Le dijo que esa herida era más bien escandalosa y que lo verdaderamente urgente era poner en su posición el dedo.
Me preguntó cuanto tiempo había pasado desde el accidente y le dije que aproximadamente media hora.
-Mira, ya la lesión está fría. En estos casos lo primero que se hace es colocar el dedo en su posición, cuando está caliente. – Te lo voy a acomodar, pero te va doler. Con mucha frialdad y seguridad le dije: -Dele doctor; yo trabajo con máquina de escribir y necesito tener bien mis dedos. –No te aseguro que quede igual, aclaró.
Le tendí la mano y él, en dos movimientos rápidos volvió el meñique a su lugar. Me envió a rayos y después me entablilló.
Pasé unos días con dolor y trabajando sólo con una mano; pero las compañeras y Leo Dan fueron muy solidarios.
El comandante Fernández, compañero de Ericka me decía después, en son de broma, que si su Erickita tenía alguna secuela por el golpe en la cabeza, me las tendría que ver con él.
En el recuento de los daños, pues hubo necesidad de cambiar la lámina; un ventilador quedó totalmente destruido. Ericka se repuso del golpe y mantuvo toda su lucidez e inteligencia en las tareas que le correspondían. Mi cortada en la cara ni se nota. Hizo muy buen trabajo el practicante, que seguramente hoy será un destacado médico. El dedo nunca lo pude volver a utilizar para escribir; quedó torcido, como un recuerdo inolvidable de la caída.
En esa época estaba de moda el grupo Magneto y sonaban a cada ratos sus canciones; una de ellas decía “Vuela, vuela…. No te hace falta equipaje, vuela…”, fue el apodo que los vecinos me pusieron, aunque nunca me lo decían de frente: “el vuela vuela”.