Me he dado cuenta, con mucho agrado, que existe un grupo de jóvenes que reivindican con ímpetu sus raíces de izquierda, pero principalmente que nacieron en aquella época, cruenta, difícil, de conflicto armado; aquellos tiempos en los que sus padres y madres lo dejaron todo por ellos y ellas, por amor, pero principalmente por un futuro mejor para todos.
El 23 de junio, 22 años atrás, desperté sobresaltado a las 5 de la mañana; me levanté y salí corriendo al hospital donde dos días antes había dejado a Rodriga. Era primeriza y el parto se había prolongado.
Coincidentemente a la misma hora estaba naciendo mi hijo. Cuando llegué, más o menos en hora y media, recibí con sorpresa y emoción la noticia: ¡ya era papá!. La enfermera me aclaró ¡fue el único varón! Y es que era común, me imagino que aún lo es, que los padres al saber que habían tenido una niña abandonaran a sus esposas. Luego me preguntó si yo era el padre y tuve que decir que no. El plan era que pasara como madre soltera para que el cobro no fuera significativo. Era un hospital público y el pago por parto era analizado en trabajo social. Debía ser casi nada si la señora no tenía esposo.
No podía hacer más por el momento, la visita era en la tarde.
Regresé a la casa a eso de las 9.30 de la mañana; Juan Antonio estaba con nosotros y también recibió feliz la noticia, pero mi emoción y los nervios estaban por arriba de lo normal; tenia un cuarto de una botella de Flor de Caña reservada para ocasiones especiales y ese era un momento irrepetible, y casi sin pensarlo, en lo que Tono preparaba el desayuno, me la empiné.
Recuerdo que Juan Antonio me reclamó, porque esperaba que compartiéramos el brindis.
Desayunamos, platicamos y reímos. Creo que más yo, por el inmediato efecto del ron, aunque no fue a tal extremo. La adrenalina y la emoción, que se unían al deber, no permitieron dar paso a la embriaguez. Debía bañarme y salir corriendo nuevamente, hasta el DF, para encontrarme con Susana y Camilo, entregar y recibir mensajes y luego ir con ellos a la visita.
Llegue al contacto a eso del medio día; ni Susana ni Camilo notaron en lo más mínimo que me había echado el trago mañanero.
Cuando llegamos al hospital y entramos a ver a la Rodri y al recién nacido fue algo emocionante, pero extraño. En principio y para ser honesto, no me gustó el bebé; se veía arrugadito y con la cabeza achatada, con un color grisáceo. Claro, ese sentimiento cambió totalmente a los pocos días.
Las cosas fueron radicalmente diferentes desde ese momento. Mi sueño por el triunfo de la revolución siguió siendo el principal objetivo, pero ahora había otra razón más para luchar por una nueva Guatemala, con paz, democracia y bienestar para todos, con un mejor futuro para mi hijo.
Don Luisito que bonito, hasta
ResponderEliminarhizo que se me salieran las de
cocodrilo, muy bonita historia y
experiencia compartida.
Ya lo extrañaba!