III
Fue en esa época que se me ordenó hacerme cargo del equipo de Radio Rastreo en el frente Santos Salazar y al sargento Pezarossi responsabilizarse de las comunicaciones.
Viajamos juntos a Tapachula, frontera con Guatemala e ingresamos por el puesto fronterizo Tecún Umán, donde tomamos un bus que nos llevó a Escuintla; era una tarde lluviosa, recién había amainado el torrencial y por las calles de la Ciudad de las Palmeras corrían impresionantes ríos; la lentitud de los drenajes permitía que muchas casas se inundaran rápidamente.
Tomamos otro bus con destino a Chiquimulilla, Santa Rosa, el punto de encuentro con Merly. Los abrazos y felicidad mutua, inolvidables; nos dirigimos a tomar otro bus, esta vez descenderíamos en las cercanías de la finca Las Marías, para ingresar a territorio del Frente.
Merly era dueña de la situación se movía en el área como cualquier persona del lugar.
Ingresamos por un camino, con poca vegetación, con cercos de lado y lado y talanqueras más adelante. Aquí, a diferencia del frente norte, debíamos acostumbrarnos a ver constantemente a la población.
Llegamos a una humilde casa de colaboradores, donde tomamos un poco de café y esperamos que oscureciera. A eso de las 18.30 iniciamos de nuevo la marcha, esta vez cruzando los cercos por abajo. Llevábamos linternas, pero Merly nos enseñó a cubrirla casi totalmente con la mano y no alumbrar hacía arriba; la luz debía dirigirse directamente hacia los pies, únicamente para ubicar el camino. Sin embargo, también había puntos de la ruta donde la orientación era totalmente diferente: -En este tramo alumbren para arriba y para los lados- nos dijo. A esta hora todavía pasan estudiantes por acá, que regresan de recibir clases.
Más adelante, nos encontraron dos compañeros y desde ahí ingresamos a un área un poco más tupida de vegetación. Eran casi las ocho de la noche y de una vez nos llevaron al lugar donde pasaríamos la noche. Tuve que olvidarme de colocar mi hamaca de árbol a árbol; en esta zona pocas veces lo lograría. El equipo aquí se usaba diferente y era más fácil tender un nylon y acomodarse en el terreno.
IV
Nos dirigimos al día siguiente hacia el campamento El Cantil; era el nombre de una de las serpientes más venenosas de la zona, junto a la cascabel y el coral; en el lugar habían encontrado a más de una de esas víboras.
Ahí esperamos unos días que llegara Leandro; no lo conocía, ni siquiera había escuchado hablar de él; sólo sabía que era un buen jefe y que muchos de los compañeros habían estado con él y lo respetaban.
Leandro llegó luego de haberse reunido con el comandante en jefe; sus instrucciones eran precisas: era necesario levantar el frente sur y dar golpes al ejército, de manera que la correlación de fuerzas en la mesa de negociación, estuviera a nuestro favor.
Leandro era un joven de unos 28 años, originario de Petén, moreno, con un bigote grueso, pero barba poco poblada. Cabello negro, un poco colocho; medía 1.70 aproximadamente. Llevaba consigo heridas de guerra casi por todas partes del cuerpo; en una mejía, en las pantorrillas, en el vientre y en la espalda. Sitín siempre decía que a Leandro le “hedía la vida”, una manera un poco rara de referirse a la temeridad del compañero; Sí, de esos temerarios que al Comandante Nicolás Sis no le gustaban; sin embargo, ahora era un guerrillero maduro y con experiencia, responsable de su tropa.
Su carácter y sus métodos permitieron que en poco tiempo todos lo respetáramos. En breve iniciaría el accionar.
me gustó esto de los capítulos don Luisito y llego a la zona a esa zona =/
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