En Petén eran comunes las enfermedades tropicales; pero allá adentro, en la agreste montaña, donde llovía 10 meses al año, la plaga de zancudos era permanente y no había quien se salvara de contraer paludismo, pero también diarreas por agua o alimentos contaminados; algunas veces se presentaban casos de intoxicación alimenticia, no necesariamente por descuido en la preparación de la comida, sino principalmente por exceso en la ingesta. El cuerpo se acostumbraba a la dieta mínima: tres tamales al día, algunas hierbas, un poco de frijoles y arroz; en ocasiones un poco de caldo de pescado o una porción pequeña de carne; cuando había condiciones favorables se enviaba de cacería a dos compañeros; Además esto servía para determinar que no había presencia enemiga a una mayor distancia.
Normalmente, cuando había carne se distribuía en partes iguales; cuando la unidad guerrillera era pequeña la carne abundaba, pero con el intenso calor húmedo de la selva podía echarse a perder en cuestión de horas. Algunos podían comer de forma exagerada, pero otros aplicaban técnicas para conservarla hasta por un mes. Cada quien raleaba en tiras su ración, luego se le echaba sal en abundancia y se metía en un depósito de plástico vacío, herméticamente cerrado; generalmente se utilizaban los medios galones de aceite vacíos.
Casi todos las y los combatientes llevaban estos recipientes, pues eran útiles para mantener agua de reserva, miel o conservar carne. Algunos compañeros abrían un hoyo de un medio metro de profundidad y enterraban el medio galón; eso permitía que la carne se conservara hasta por un mes más.
Otras enfermedades comunes entre la fuerza guerrillera eran la Leishmaniasis, conocida como lepra de montaña y la infección por colmoyotes; la primera es más grave y difícil de curar; en aquel tiempo no había medicamento en Guatemala; al parecer era transmitida por algún tipo de mosquito. (Primero aparece una pequeña roncha, que luego presenta infección; crece en forma circular, del tamaño de una moneda de 25 centavos y cada vez que se limpia, el agujero se hace más grande).
Como la medicina era escasa, la curación rayaba en lo salvaje; los compañeros se aplicaban agua hirviendo que ocasionaba quemaduras hasta de segundo grado; era como salir de las llamas para caer en las brasas, casi literalmente; la quemada sanaba y sólo quedaba una cicatriz. Vi a un compañero que le apareció la Leishmaniasis en un párpado y aunque tardó un par de semanas en curarse, solo le quedó una pequeña marca; a otro le salió en una oreja y no tuvo la misma suerte, perdió parte del pabellón. Algunos, ante la desesperación, se aplicaban ácido de batería.
La infección por Colmoyote era diferente; era muy fácil descubrirla. (El Colmoyote es una pequeña larva que se mete en la piel y come por dentro; puede atacar en cualquier parte del cuerpo; generalmente se nota como la hinchazón de un grano, con un pequeño agujero, del que sólo emana un líquido claro, como agua; si no se atiende, cada vez se hace más grande y doloroso, porque la pequeña larva se convierte en gusano). Su cura era de las más fáciles; había que lavar el área afectada y luego cubrir el agujero con esparadrapo o, en su ausencia, con cinta de aislar o tape; al día siguiente se descubría y se apretaba el grano, del que brotaba un gusano peludo; entre más días pasaran, más se desarrollaba “el hermoso bicho”.
En ocasiones, cuando la guerrilla tomaba alguna aldea o comunidad, se ofrecía atención médica mínima, como extracción de muelas o de colmoyotes; era extraño que los campesinos no supieran curarse de estos gusanos, o tal vez era por descuido, pero algunas veces los compañeros y compañeras del servicio médico sacaban gusanos grandes de las cabecitas de los pequeños.
Las hernias o desviación de columna, eran otros males del guerrillero, por el exceso en las cargas, pero también los hongos en los pies, por el uso permanente de las botas de hule y la humedad. Los pies se mojaban y no se secaban sino hasta estar en condiciones de seguridad. Sin embargo, nada como un dolor de muelas. Hubo necesidad de que compañeros y compañeras del servicio médico se especializaran en extracciones. Era común ver a guerrilleros, hombres y mujeres, sin dientes. Sucedía que, ante la desesperación por el dolor, preferían que les extrajeran una o dos piezas.
Me atacó el paludismo a los pocos días que entré a Petén y luego a cada mes sabía que me afectaría; incluso, se tomaba a broma -¿ya te va venir?. Eran tres días con fiebres muy altas y fríos. La primera vez que me dio andábamos con el teniente Víctor, en una unidad pequeña. Era medio día, con un calor intenso, húmedo, pero yo tenía frío, mucho frío, el cuerpo me brincaba y los dientes me chasqueaban. Víctor me dio el medicamento: cloroquina, la que tomé durante un año; hasta que hubo primaquina; la cloroquina sólo aliviaba, la primaquina curaba.
Durante mi estancia en las selvas del norte guatemalteco conté con suerte; nunca tuve Leishmaniasis ni colmoyotes; pero no me salvé de las diarreas. La orden médica era hervir el agua de consumo, pero esto sólo se podía hacer en campamento; en caminatas había que consumir el agua que hubiera.
Sin embargo, con problemas estomacales había que salir corriendo de madrugada, en lo oscuro, a la letrina más cercana; pero algunas veces el malestar era tan fuerte, que sólo se lograba avanzar unos cuantos metros hacia afuera del campamento y se abría un hoyo con el machete; sólo me pasó una vez, que tuve que lanzarme de la hamaca y a menos de tres metros hacer un agujero.
Es extraño, pero nuca vi a nadie que enfermera de gripes o catarros, a pesar de las mojadas. Después de largas horas bajo la lluvia, el uniforme se secaba en el cuerpo o bien, al llegar al campamento, se ponía cerca del fuego para que perdiera un poco de humedad; algunas veces, en la calidez de la hamaca y durmiendo placenteramente bajo un intenso aguacero había que levantarse para ir a cubrir el turno de posta. No había que mojarse tanto, sólo trasladarse al lugar de la vigilancia, donde ya se había improvisado un techo con hojas y ramas, como resguardo. Lo peor era que de los lazos de la hamaca corriera agua hacia adentro, porque era imposible dormir con la hamaca mojada. En estos casos lo que se hacía era colocar pedazos de trapo en las puntas, o en última instancia, los calcetines de reserva, para que el agua topara y cayera, pero si el aguacero era muy fuerte el agua podía continuar su curso hacia la hamaca. Era fatal, porque todo estaba mojado en el entorno.
Las enfermedades también eran parte de la rutina. Contra ellas y contra las condiciones adversas de la selva, también había que luchar, para mantener la moral y la conciencia.
No se enfermaban de gripe? eso si suena raro en esas condiciones, pero que bueno que después de toda esa aventura, está con bien Don Luisito, un poco chuecon de la gastritis pero bien .
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