Luego de mi llegada al campamento El Túnel fueron pasando los días en un ambiente de tensión e incertidumbre; aunque Víctor no cumplió con dejarme en la patrulla del sargento Rubelio, para que me dedicara a cargar y me desesperara, me llevaba de pesca y cacería, por pantanos, bajos y selva cerrada; para alguien procedente de la ciudad, era extremadamente dificultoso y desesperante caminar durante varias horas en la selva, a un paso lento, detrás del cazador; el terreno era irregular y de repente nos encontrábamos con alguna depresión; había que tener fortaleza en las piernas y acostumbrarse. Por momentos resbalaba producto de la arcilla o del monte húmedo y el reflejo me llevaba a agarrarme de lo primero que encontrara y en esa zona lo que más había eran Escobos, una especie de palma, natural de los bosques tropicales, que en todo el tronco tiene espinas grandes.
A pesar de lo difícil que resultaba para mí esta práctica, lo tomé como parte del aprendizaje que debía tener; era gratificante regresar con un venado o con una buena ensarta de pescados y compartirlo con los compañeros y compañeras en el campamento, que hasta ese momento era un pequeño equipo.
Mi situación no dejaba de ser difícil; uno de esos días me llevaron al “Nadie se escapa”, para conocer y compartir, y tuve la suerte que ese día pasara por ahí el Teniente Rony, jefe de la patrulla de seguridad del comandante Pablo; hablé con él, le conté mi situación. Me dijo que estuviera tranquilo, que en esos días entraría el jefe y que las cosas iban a cambiar.
Supe, meses más tarde, que el día del ingreso del comandante la jefatura de Retaguardia envió a una patrulla de combatientes para que lo encontraran y lo llevaran por los pasos más difíciles, con orden de no darle de comer: hasta ese nivel había llegado el problema; pero la patrulla de Rony ya había hecho contacto; los compañeros que habían sido enviados para dificultar la llegada del jefe ignoraron la orden y lo recibieron como lo que era: el Comandante en Jefe; además de mostrarle mucho respeto y reconocer su autoridad, pasaron por una milpa y comieron elotes asados.
El comandante Pablo llegó ese día al Nadie se escapa y de inmediato de reunió con la jefatura; el sargento Carlos era de los más reacios; Sebastián, en cambio, reconoció sus errores y de inmediato se alineo.
Nos invitaron a una reunión general, al día siguiente, donde se abordaría el problema.
Nos trasladamos al Nadie se escapa a primera hora y a media mañana inició la reunión; Habló Pablo con tal seriedad, firmeza y serenidad; sus palabras convencían: dijo que se había llevado a un punto muy delicado un problema interno que debió resolverse en otra instancia. Dijo que él no podía dar su aporte a la revolución, como máximo jefe de las FAR, en la Comandancia General de la URNG, si tenía alimañas dentro de la camisa.
Fue duro en sus palabras, como debía ser; su mirada era firme y dura; parecía que veía a los ojos, profundamente, a cada uno de los involucrados, que fueron perdiendo su altivez poco a poco, hasta sentirse como hormigas.
El comandante también habló sobre el momento político unitario, así como sobre la situación nacional, el movimiento obrero y campesino.
Ese día anunció cambios profundos; dijo que era necesario dar golpes más contundentes al enemigo y que para ello se concentrarían los frentes más cercanos, de manera que habría una Fuerza Principal que luego se dispersaría, para preparar una nueva acción. Dijo que habría un Estado Mayor, conformado por un jefe principal, un jefe de operaciones, un jefe de logística y uno de inteligencia; reforzados con un jefe de comunicaciones y un político.
La reunión terminó sin que trascendieran las sanciones a las que se habían hecho acreedores los compañeros y compañeras involucrados en el problema; lo supimos después; Reyes, como principal instigador, fue expulsado. Al sargento Carlos, quien hasta ese momento había sido jefe de la Retaguardia, se le dio la oportunidad de reivindicarse en la guerrilla urbana, en la ciudad capital. Uno o dos años después se relajó en las medidas de seguridad y un día fue ametrallado frente a la casa de sus padres.
El teniente Víctor fue degradado; pero era muy querido y pesó mucho más su aporte y su trayectoria; se quedó en Petén y pasó a ser parte de la unidad de explosivistas; unos años después cayó en combate.
El teniente Sebastián, el médico de la guerrilla, también tuvo la oportunidad de reivindicarse y demostrar que su actitud era diferente. Le costo. Siempre había quien lo criticara duramente; se enojaba, se quejaba con el mando, pero él sabía que era parte del costo de su error y se fue ganando nuevamente a las y los combatientes.
Los compañeros y compañeras involucrados indirectamente o utilizados por la jefatura de Retaguardia, no recibieron ninguna sanción.
El comandante Pablo logró salir fortalecido de un problema interno que pudo haber sido peor.
Huy don Luisito que duro, pero que bueno
ResponderEliminarque salió con bien de eso. Heeeeeeee y que
bueno que regresó ya extrañaba las lecturas.