Durante la concentración, en octubre del 86, hubo una reunión de radistas en el Petén; fue oportuna pues estábamos concentrados la mayoría de radiocomunicadores, radio operadores, especialistas en radio, bueno… “conchas” pues, que era el apodo que nos habían dado los combatientes y que lo secundaban algunos oficiales; a los radistas nos molestaba el sobrenombre, porque daba a entender que éramos los que no colaborábamos en algunas tareas, aprovechándonos de nuestra actividad especializada.
Y es que los radistas teníamos que fijarnos en nuestra actividad: instalar nuestro equipo a distintos horarios del día, comunicarnos con distintos frentes, aparatos, áreas o con el comandante en jefe; recibir los mensajes, quitar y guardar el equipo, descifrar los mensajes y entregarlos al jefe inmediato superior. Eso nos cortaba el día, nos impedía salir de comisión; en ocasiones hasta nos relegaban de la posta o de la cocina, especialmente cuando había comunicaciones de vital importancia.
En caminatas el radista se responsabilizaba de sus planes de comunicación, radio, antenas, micrófonos, pero había una parte vital del equipo: la batería, el acumulador de carro, con el que obteníamos la energía para el radio, que pesaba aproximadamente 25 libras. El radista no podría con todo el peso junto, pero además la batería representaba un riesgo, por la posibilidad de que se derramara el ácido. En varias ocasiones vi cómo ese líquido destruyó el uniforme del compañero que la llevaba.
Una vez, en una caminata, un compañero se quitó rápidamente la mochila y se lanzó a un arroyo, con todo y ropa; el ácido se había derramado y no sólo quería evitar la quemada sino salvar su uniforme.
Llevar la batería era entonces casi un castigo. El problema era que algunos oficiales, en lugar de crear conciencia, por la importancia de las comunicaciones, sancionaban a sus combatientes con llevar esa carga; años más tarde fue posible obtener baterías de gelatina; eran más pequeñas, no tenían ácido, pero su tiempo de vida era menor.
En la concentración nos reunimos: el subteniente Amílcar, el sargento Pezzarrosi, la compañera Tania; estaba yo y había entrado la teniente Lorena, jefa nacional de comunicaciones. Había otros radistas, como Delia, Miriam y Manuel, que no participaron en la reunión.
Se nombró al sargento Pezzarosi como jefe de comunicaciones en Petén, en lugar de Víctor, quien, debido a su participación indirecta en el problema interno fue degradado, aunque se le permitió que decidiera a dónde quería ir. Se convirtió en uno de los mejores explosivistas, además de que participó en distintos combates; años después cayó, alcanzado por las balas enemigas.
El subteniente Amílcar quedó de segundo; era un buen radista, pero en conocimientos y habilidades era mejor Pezzarosi.
Se habló mucho sobre la seguridad que debía mantenerse al emitir ondas etéreas; la teniente Lorena y la capitana María habían elaborado un manual y reglamento del radista, para garantizar que no se cometieran errores. Debía respetarse y mantenerse la “disciplina de radio”; eso significaba que no había que hablar “abierto” o hacerlo lo menos posible; era necesario entonces utilizar los códigos establecidos en los planes de comunicación. Debíamos predisponer que el enemigo nos escuchaba, que intentaba descifrarnos y que el más mínimo desliz podía ser utilizado en nuestra contra.
Con base en este reglamento analizamos un problema generado por Miriam y Manuel; ellos eran pareja, pero por las circunstancias “normales” de la guerra, estaban en puestos de comunicación diferentes, aunque no muy lejos geográficamente.
Manuel se las había ingeniado para comunicarse con Miriam y había elaborado un plan de comunicaciones sólo para ellos, con códigos e indicativos. Sin embargo fueron descubiertos por Lorena. Habían cometido un grave delito, y aunque no pasó a más, fue necesario expulsar como radista a Manuel. A Miriam se le dio otra oportunidad.
En uno de esos días Lorena habló sobre la necesidad de promover cuadros, de preparar a nuestra gente, de crear planes de comunicación más dinámicos y seguros. Dijo que tomáramos como ejemplo a Delia, que había puesto en práctica muy buenas ideas y creatividad, principalmente en situaciones de riesgo, muchas veces con el enemigo cerca.
Dijo que Delia era un diamante en bruto, que debía ser pulido.
En un descanso que tuvimos el subteniente Amílcar se acercó al puesto de Delia, para contarle que la teniente Lorena tenía muy buen concepto de ella, pero confundió los términos.
-dice Lorena que sos como un diamante en bruto; -¿cómo así, vos? –dijo Delia.
-Bueno pues, que sos como un carbón, que hay que pulir y pulir, hasta convertirlo en diamante. –¡andá a la mierda Amílcar, querés! -le contestó.
Delia era una compañera originaria de la costa sur del país, de tez morena oscura, pelo rizado y complexión robusta. Que la compararan con un carbón, que además necesitaba cientos o miles de años para convertirse en diamante, no le había caído en gracia.
jajajajaja esta estuvo buena jajajja... siga adelante Don Luisito, hasta llegué a pensar
ResponderEliminarque había abandonado el espacio.