En Guatemala se incorporaron familias completas al movimiento revolucionario. En los años 80’, como resultado de las masacres, miles de personas abandonaron sus casas y sus pertenencias en aras de sobrevivir, e incursionaron a la selva, donde encontraron la protección de la guerrilla. Muchas de estas familias se dividían, pues hombres, mujeres y jóvenes que tenían la edad y las condiciones físicas se alzaban, pero los más viejos, niños y niñas, así como algunas señoras mayores, en estado de gestación o con bebés, eran ubicados en zonas de resguardo, en Comunidades de Población en Resistencia, o trasladados a México, como refugiados.
Los Martínez era una familia grande y muchos de ellos y ellas se incorporaron a la guerrilla en distinto momento. El sargento Rubelio y el compañero Mynor, miembros de la patrulla logística de frontera, ya eran guerrilleros en sus aldeas cuando la represión los obligó a la clandestinidad. Ambos tenían muy buena relación y trabajaban muy bien juntos; pero si algo había que reconocerles era su conocimiento político y su conciencia revolucionaria. De los dos, el que estaba en una condición más difícil era Mynor, el mayor, porque su compañera y sus hijos e hijas se habían quedado en México.
Conocí a Walter y Ottoniel en Nicaragua; Walter había resultado herido en un brazo, durante un combate y luego de su recuperación se incorporó al aparto de comunicaciones; Ottoniel en cambio había salido a un curso de infantería; eran primos. Cuando entré a Petén conocí a Rubelio y a Mynor. Al llegar al campamento El Túnel me encontré con Tania, aquella chiquita que se había formado en la Escuadra Menuda y que para entonces ya era sargento; era una de las principales radistas del centro de comunicaciones del Regional Norte.
En la concentración compartí con el sargento Merejildo, hermano de Walter; tendría unos 20 años; era un joven sonriente y solidario; le gustaba conversar; más de una vez nos tocó cocina juntos, donde tuvimos la oportunidad de intercambiar criterios y bromear. Unas semanas después fue enviado en comisión al frente de una unidad pequeña, donde cometió un error que le costó la vida. Para llegar al lugar a donde habían sido enviados tardarían más tiempo y en condiciones más dificultosas si se iban a rumbo; en cambio llegaban mucho más rápido si utilizaban los caminos. Sin embargo la orden era clara: el enemigo estaba en la zona y no había que correr riesgos.
Pero los venció la temeridad, el “no pasa nada” y fueron emboscados. Ahí cayó Merejildo y otros dos compañeros de quienes no recuerdo sus nombres. Walter sufrió mucho con la muerte de su hermano.
El subteniente Belarmino, hermano de Rubelio y de Mynor, era un flaco que bromeaba hasta más no poder; era difícil verlo serio; tenía más o menos la misma edad de Walter y era chistoso que éste se refiriera a él como su tío. Walter era mucho más serio; era estudioso y radical. Belarmino, para entonces ya era oficial de muchos combates; con mucha experiencia y garra; había sido de los combatientes que junto al Teniente Arturo habían logrado salir de la emboscada de la bolsa, en el río La Pasión.
Tiempo después fue enviado a otro país, a un curso de tropas especiales; pero él y otro compañero, conocido como la Yegüita, ya habían participado en infiltraciones a campamentos del ejército; habían llegado a pocos metros de la posta enemiga para ubicar sus fuerzas, sus rutinas e incluso su moral, utilizando para ello camuflajes especiales y los más mínimos movimientos, como piedras, árboles, serpientes o felinos, sin que los piquetes de zancudos o de hormigas lograran alterar su quietud, sin que los perros lograran olfatearlos; era su vida, era el éxito de un futuro ataque.
A pocos años de la firma de la paz Belarmino y otros compañeros fueron capturados por el ejército mexicano, cuando estaban de paso por el estado de Chiapas; estuvieron detenidos más de dos años en una prisión chiapaneca, donde mantuvieron la moral, especialmente él, que siempre estuvo seguro que el Comandante Pablo negociaría su salida; casi con la firma de la paz fueron dejados en libertad y regresaron a Guatemala. En la cárcel mexicana no desperdiciaron su tiempo, leían mucho, pero además, enseñaron a leer y escribir a otros prisioneros; organizaban las tareas, las actividades deportivas; eran líderes.
A Ericka la conocí durante mi segunda entrada a Petén, cuando ingresé a impartir cursos a un grupo de radistas que formarían parte del equipo de Radio Rastreo, una sección de la inteligencia guerrillera. Ericka era hija del compañero Eufracio, comisario político; hermana de Ottoniel. En ese tiempo también se incorporó la Chabelita, Isabel, prima de Ericka, quien casi de inmediato pasó a formar parte del RR.
Mynor salió de Petén sin permiso, en dos ocasiones. Suena raro, en un revolucionario como él, con una gran trayectoria y conciencia revolucionaria, pero tuvo sus razones. La primera vez fue por un problema dental; en la montaña no había condiciones para darle la atención que necesitaba. Era necesario trasladarlo a México, pero surgieron algunas dificultades de seguridad y se suspendieron las salidas y entradas al Petén.
Mynor insistió e incluso advirtió, que si no se le daba una solución, la buscaría por su cuenta. Y se fue, se curó, estuvo un par de meses fuera y regresó. La segunda vez fue cuando se le metió entre ceja y ceja que debía ir por su familia a México; seguramente había alguna situación familiar difícil y no logró la autorización, por lo que nuevamente asumió el compromiso y agarró camino.
Regresó con más Martínez, sus hijos Chus y Elena, además de otros pequeños.
En Petén conocí a muchos hermanos, hermanas, gemelos, primos, tíos y sobrinos; padres e hijos, pero no creo que haya habido una familia tan grande y consecuente como la de los Martínez.
si que era grande esa familia
ResponderEliminarpero que deficil debió ser perder
a uno de sus seres queridos.
Feliz descanso Don Luisito que el
descanso le cargue las baterías para
que nos escriba mas historias =D